Lalique o la joyería hecha arte

En mi último post os hablaba de la magia que Tiffany conseguía con sus lámparas de cristal. Hoy sigo abordando el mismo material, pero en este caso desde el punto de vista de la joyería. El protagonista de hoy es René Lalique, y lo que me fascina de él es su capacidad para hacer del cristal una auténtica obra de arte. 

Lalique nació a finales del siglo XIX en Francia, y fue un maestro vidriero, de esos que apenas quedan ya en nuestros días. Como Tiffany, también lo asociamos con los estilos Art nouveau y art decó, que cultivó tanto en botellas de perfume como en vasos, candelabros o relojes. No obstante, es sin duda por su joyería por lo que ha pasado a la posteridad. Comenzó a trabajar en joyería con sólo 16 años, en París, estudios que completaría en Londres. Prueba de que desde bien pronto demostro una especial pericia en el oficio fue desde muy joven estuvo como empleado en el prestigioso centro de Cartier. Pero el aprendiz evolucionó, y tal llegó a ser su fama que decoró trenes, barcos y hasta iglesias. 

Sin duda se trata de trabajos muy monumentales, pero yo no puedo evitar sentirme fascinada cada vez que contemplo uno de sus impresionantes collares, tiaras o pulseras. El colorido y la originalidad de sus formas son puro art decó y han seguido fascinando a la industria de la joyería muchas décadas después de la muerte de su creador, que acabó configurando todo un estilo con nombre propio. A menudo emplean elementos vegetales y naturales pero entendidos de una forma muy sugerente.

Si queréis ver piezas de Lalique originales, sabed que no tenéis que desplazaros muy lejos: en Lisboa, el empresario y coleccionista de origen armenio Calouste Gulbenkian creó el museo del mismo nombre, en el que se reúnen infinidad de joyas que tienen el sello impresionante de este creador francés.